Los cuerpos que se quiebran en el horizonte

Ya estaba en el hospital. Había pasado la noche en la casa de una tía, con el mundo solo puesto en el centro de la frente, sentado tomando café en la mesa. Esa noche estaban con él algunos de sus familiares más cercanos. Pero lejanos..., porque el cuerpo a veces está solo en un cuarto habitado, y ahora sabía que ninguno de ellos hacía compañía con la soledad en ese centro.

En el hospital había gente extraña: amigos del padre, conocidos del padre, gente habitante de una isla; todos reunidos para comenzar el ritual del cuerpo vacío en frente de la morgue, y más allá.

La camioneta que se estaba esperando no tardó en llegar. Trasladaron el cuerpo desde ahí hacia un complejo situado a unos 150 mts.

Él había pensado que no iba a pasar nada fuera de lo previsto hasta que alguien dijo que debía ir a monitorear que todo lo que se hiciera en aquél complejo, el lugar en donde esos cajones esperan ser habitados, cumpla con la norma y el sentido común.

─ Bueno, vamos─ dijo.
─ No creo que sea un recuerdo que quieras tener de tu padre─ le dijeron.



Le explicaron que siempre alguien suele ir a supervisar que no maltraten el cuerpo. Que observar todo el preparativo no era algo digno de ser recordado. "Recordá que tu padre está todo abierto por el medio y ha estado así toda la noche. No vayas, no es un recuerdo que quieras tener de tu padre. Quedate aquí, yo voy a ir".

Había que ver los rostros para entender las palabras, pero no porque las palabras no se entendieran por sí solas, sino porque los rostros en algunos momentos ya dicen antes del significado lingüístico.

Sin embargo, él no quería dejar que alguien pasase un momento difícil sólo para que a él mismo el momento le sea un poco menos dificultoso. Debía ir. Tenía que observar. Y si debía escuchar, lo iba a hacer con una mente en blanco, cómo los huesos se quiebran en el horizonte. "Todo el mundo no es una mariposa".

Y empezaron a caminar ese trecho de 150 metros. "No vayas, quedate aquí, acompañá a tu madre". Un paso hacia adelante que iba hacia atrás. "A veces el cuerpo está tan rígido, o de tal forma, que no quepa en el cajón y tienen que quebrar los huesos. No es algo que quieras guardar como recuerdo. Creéme, yo lo sé".

90 metros.

Todo el mundo en una frente. Las cosas pesaban para él como experimentando una nueva fuerza de gravedad. La física y la química, los manuales de la escuela, las enciclopedias, la psicología universitaria, los consejos siendo niño, las leyes de la naturaleza, el cielo con sus nubes o estrellado, el número un millón, el contorno del mundo, el empuje inconsciente y directo de una sociedad. A 50 metros, nada servía.

"Le sacarán la ropa, lo desnudarán, lo limpiarán un poco y lo trasladarán al lugar en donde será el sepelio".

La noche anterior había pensado enterrarlo en el mismísimo suelo. Nada de rituales, ni de café, ni del anfitrión antes del cajón y el cuerpo. Nada de tener que observar a otros rostros, de mentes pensando y trasmitiendo que la muerte es algo malo o algo triste. "Todo el mundo es un escenario". La muerte no es mala ─repetía.

Pero, ya estaba todo quebrado, no porque fuera algo notoriamente triste sino porque la cosa se quiebra cuando la costumbre es atacada. La mente hilvana un surco infrecuente. Los pensamientos son nuevos bajo el sentimiento novedoso. El crack es la seña de una cosa rota, sin dudas.

10 metros.

Él pensaba que lo tenía que ver. Así que acercándose hacia la puerta quiso mirar para adentro. "Ése que está ahí es tu padre". La puerta se cerró pero quedó entreabierta y desde el marco se podía ver hacia adentro. Primero un color marrón con unas vetas artísticas que no podía distinguir de qué era. Más allá, un color pálido, una cabeza con los ojos cerrados, el color sobre una camilla. Era su padre. Tenía una cinta blanca que le recorría el estómago y la cintura. Había un olor extraño. Todo el mundo en frente de un ojo.

Inesperadamente, llegó su madre, casi colándose por el lugar desde donde habían transitado hasta llegar a ese complejo. Él debía contenerla, que no llegue más allá. Había venido porque se quedó sola entre los otros extraños también.

─ Quedate ahí, no vayas más allá ─le dijo. Con el ceño fruncido las palabras son una orden directa así que hizo caso en la primera.

No había mucho más por hacer con una mente en silencio. Las cosas no impactan cuando el registro cesa. No había mucho qué pensar. El suelo era el mismo, las personas seguían siendo igual. El polvo manchaba la ropa limpia.

Finalmente, sacaron el cuerpo en esos objetos de la industria, que dependiendo el presupuesto que se tenga, la empresa otorga algo con más o menos arte. No había mucho qué pensar, hubiese estado lindo dejarlo en el suelo de un campo, que se haga parte de él, yéndose entre las ramas de los árboles...

Pero ahí estaba, en la estructura artificial, cumpliendo la ley de los hombres.

Y así es que supo que: Los papeles y los lápices se quiebran. Después del rayo, las nubes se quiebran también. Los espíritus se quiebran. Las mentes de los hombres se quiebran. Y también hay cuerpos, cuerpos que se quiebran en el horizonte.

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