El miedo específico
Existe en mí la impresión que en el miedo hay más sustancia que en los demás sentimientos. El miedo es casi igual de opresor que la frustración pero más incómodamente dinámico. No es una cosa pasiva, es una cosa activa que lo pone atento a uno y predispuesto para más actividad.
Este miedo específico tiene que ver con la posibilidad de una amenaza, al menos, aparentemente. Veamos qué más hay...
En la superficie, este miedo viene por pensar que se puede recibir un daño. Un daño puede ser algún dolor, y, el miedo al dolor, es el miedo con más estructura (miedo al dolor físico más que el emocional).
Cuando uno piensa en términos de fragilidad propia está relatando una realidad: en la calle un perro puede dañar, una persona, un objeto, el clima, etcétera, cualquier cosa con la suficiente potencia puede hacernos un daño. Cierta fragilidad en el cuerpo humano es un hecho. Pensar en la fragilidad del cuerpo ante cualquier acontecimiento azaroso brinda un marco preciso de inseguridad.
La inseguridad más tajante y patológica es la que ubica constantemente la posible amenaza en el ambiente, y se sostiene con específica e intensa dirección (por lo menos en los casi ateos o no religiosos) por la premisa de que cualquier cosa tiene el potencial de provocar un daño, y, por ende, un dolor.
Una persona que no se dé cuenta del detalle de sus pensamientos puede ahora justificar su miedo y decir que es por pensar en una posible amenaza y su ejecución. Pero no, esto es sólo la superficie.
Existe un sostenedor del miedo, un propiciador, el padre (o la madre) de ese miedo específico, un Yo específico con nombre y apellido. Este Yo específico, en el contexto de este miedo, relata que uno no sabrá cómo actuar ante una eventual amenaza, no sabrá qué hacer ante un posible daño y no advertirá qué hacer ante un circunstancial dolor. Ahora es miedo e inseguridad pero ya no insertos en el ambiente (o por el ambiente) sino en uno mismo Y por uno mismo: ese pensamiento específico es un pensamiento fabricado, es algo artificial, inventado y tiene la fuerza del uso y la costumbre y, más importante aún, la repetición constante lo ha hecho pasar a la esfera del inconsciente o al ámbito de lo automático.
Los disparadores o estímulos registran otras fuentes cuando el ámbito es uno mismo desde el inconsciente. Estas fuentes sí pueden ser la forma en la que uno percibe su entorno. Sin embargo, desentrañando el proceso se puede saber que el Bin Bang de estas actuaciones fue siempre ese Yo específico, con ese pensamiento específico, que, al comienzo y al final, es en todo momento uno mismo.
El condicionamiento de la cultura occidental señala que, al no saber, "está bien" sentir inseguridad. El no saber no es aceptado por estos lares: uno debe tener una respuesta para todo. Es la dictadura de la eficiencia hecho mandato en una mente. Así que el mandato en algún momento habrá calado con buena profundidad y la medida de las cosas es tener inseguridad cuando no se sabe.
Y, en realidad, no hay nada qué saber. Ese miedo específico por pensar en una posible amenaza ─que cause un posible dolor─ es un miedo desprendido de un pensamiento elaborado que representa a un Yo desconocedor y a la eventual escena posterior ─con resultado desfavorable─ resultante de no saber "qué hacer", específicamente.
Y esto no es nada más que una costumbre de pensar. Se está muy acostumbrado a pensar y se le otorga a los pensamientos un carácter de "ayudante" certero adhiriendo a que sin él uno no adoptaría conocimientos o posturas respecto de lo "real". Es sólo costumbre. Este miedo específico y algunos otros miedos son productos de una costumbre de pensar en una dirección determinada y nada más.
La forma más práctica de no tener ese miedo específico sería el no pensar en los contenidos y disparadores de ese miedo. La actitud más trascendente sería investigar si es posible no tener nunca más miedo mediante la comprensión total del asunto.
Por último, el miedo específico, no existe, es sólo una expresión. La palabra no es el hecho, diría un amigo.
Este miedo específico tiene que ver con la posibilidad de una amenaza, al menos, aparentemente. Veamos qué más hay...
En la superficie, este miedo viene por pensar que se puede recibir un daño. Un daño puede ser algún dolor, y, el miedo al dolor, es el miedo con más estructura (miedo al dolor físico más que el emocional).
Cuando uno piensa en términos de fragilidad propia está relatando una realidad: en la calle un perro puede dañar, una persona, un objeto, el clima, etcétera, cualquier cosa con la suficiente potencia puede hacernos un daño. Cierta fragilidad en el cuerpo humano es un hecho. Pensar en la fragilidad del cuerpo ante cualquier acontecimiento azaroso brinda un marco preciso de inseguridad.
La inseguridad más tajante y patológica es la que ubica constantemente la posible amenaza en el ambiente, y se sostiene con específica e intensa dirección (por lo menos en los casi ateos o no religiosos) por la premisa de que cualquier cosa tiene el potencial de provocar un daño, y, por ende, un dolor.
Una persona que no se dé cuenta del detalle de sus pensamientos puede ahora justificar su miedo y decir que es por pensar en una posible amenaza y su ejecución. Pero no, esto es sólo la superficie.
Existe un sostenedor del miedo, un propiciador, el padre (o la madre) de ese miedo específico, un Yo específico con nombre y apellido. Este Yo específico, en el contexto de este miedo, relata que uno no sabrá cómo actuar ante una eventual amenaza, no sabrá qué hacer ante un posible daño y no advertirá qué hacer ante un circunstancial dolor. Ahora es miedo e inseguridad pero ya no insertos en el ambiente (o por el ambiente) sino en uno mismo Y por uno mismo: ese pensamiento específico es un pensamiento fabricado, es algo artificial, inventado y tiene la fuerza del uso y la costumbre y, más importante aún, la repetición constante lo ha hecho pasar a la esfera del inconsciente o al ámbito de lo automático.
Los disparadores o estímulos registran otras fuentes cuando el ámbito es uno mismo desde el inconsciente. Estas fuentes sí pueden ser la forma en la que uno percibe su entorno. Sin embargo, desentrañando el proceso se puede saber que el Bin Bang de estas actuaciones fue siempre ese Yo específico, con ese pensamiento específico, que, al comienzo y al final, es en todo momento uno mismo.
El condicionamiento de la cultura occidental señala que, al no saber, "está bien" sentir inseguridad. El no saber no es aceptado por estos lares: uno debe tener una respuesta para todo. Es la dictadura de la eficiencia hecho mandato en una mente. Así que el mandato en algún momento habrá calado con buena profundidad y la medida de las cosas es tener inseguridad cuando no se sabe.
Y, en realidad, no hay nada qué saber. Ese miedo específico por pensar en una posible amenaza ─que cause un posible dolor─ es un miedo desprendido de un pensamiento elaborado que representa a un Yo desconocedor y a la eventual escena posterior ─con resultado desfavorable─ resultante de no saber "qué hacer", específicamente.
Y esto no es nada más que una costumbre de pensar. Se está muy acostumbrado a pensar y se le otorga a los pensamientos un carácter de "ayudante" certero adhiriendo a que sin él uno no adoptaría conocimientos o posturas respecto de lo "real". Es sólo costumbre. Este miedo específico y algunos otros miedos son productos de una costumbre de pensar en una dirección determinada y nada más.
La forma más práctica de no tener ese miedo específico sería el no pensar en los contenidos y disparadores de ese miedo. La actitud más trascendente sería investigar si es posible no tener nunca más miedo mediante la comprensión total del asunto.
Por último, el miedo específico, no existe, es sólo una expresión. La palabra no es el hecho, diría un amigo.
Comentarios
Un abrazo amigo.
Esto está excelente, debería llegar a otros lares, no sólo a los lectores de este blog. Hablo en serio, cada vez escribes mejor y tus ideas son más claras(según mi opinión). Además, como dice "El dinosaurio" (;D), son estupendas reflexiones... Mmmmmm, a ver que se puede hacer ¬¬.
Besooos, cuídate mucho.